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Pasos de un lichamiento mediático
RENÉ MONDRAGÓN | 16 DE FEBRERO DE 2011

Por primera vez en la historia reciente de este espacio de opinión, voy a disentir de Manuel Velásquez, un espléndido periodista que me distingue con su amistad.

El origen del disenso

Decía Manuel Buendía que sólo un comunicador puede criticar a otro comunicador, y eso voy a hacer, con todo el afecto de quienes compartimos el amor por este bendito oficio de tundir máquinas.

Hace unas cuantas lunas, Manuel publicó “Desatinos de la Presidencia”, a raíz de lo que todos venimos presenciando en las últimas semanas: desde los berrinches naco-legislativos de Gerardo Fernández Noroña, hasta el despido de MVS y la posterior rueda de prensa de Carmen Aristegui, aderezado todo esto con las declaraciones de Janet Napolitano, Hillary Clinton y las del subsecretario del ejército estadounidense.

Manuel Velásquez asegura: “Sin embargo, es altamente criticable que Presidencia no haya frenado los rumores del alcoholismo de Felipe Calderón antes. Y es que en los círculos informativos se han venido dando desde el principio de su sexenio de una manera constante. Ahorita, ya es muy tarde; el escándalo le estalló en la cara y definitivamente no le viene en el mejor momento”.

Así las cosas, creo que estos sucesos vienen a formar parte de lo que este aprendiz de escribano le llamaría “Metodología del linchamiento mediático”, como aproximación al tema y heredad para las siguientes generaciones.

El linchamiento mediático tiene su chiste, sus procesos y sus tiempos. Sin entrarle a detalles de deontología periodística, metafísica aplicada, antropología filosófica o teología moral, temas en los que me confieso un lego absoluto y párvulo autodidacta, me parece que pueden establecerse algunos pasos y/o fases que conducen los hechos polémicos o con potencial de controversia, hasta llegar al linchamiento mediático.

Fase 1: Calumnia, calumnia, calumnia, que algo quedará. Esta máxima atribuida a Maquiavelo, en nuestro país asumió un carácter costumbrista, porque sin más trámite, sin derecho a oír al indiciado, sin posibilidad de defensa alguna, nuestro amado pueblo tenochca es genial, sobre todo cuando asegura –frente a dimes y diretes de esta naturaleza–.

“Cuando el río suena es que agua lleva”, que para nuestros queridísimos lectores en Bosnia, Georgia y Croacia viene a significar algo así como “si se dice algo feo de alguien, es muy probable que así sea”. Recuerde usted que además tenemos un refrán muy nuestro que va en el mismo sentido: “piensa mal y acertarás”.

Bajo esta perspectiva, podríamos afirmar como cuasi-verdad, si es viable el neologismo, que el presidente Calderón es alcohólico, que Janet Napolitano tiene razón en el tema de la vinculación de Al Qaeda con los cárteles de la droga en México, y que Hillary Clinton ya descubrió los focos de insurgencia encabezados por el narco y la demás delincuencia organizada, para tomar las riendas políticas de nuestro país.

¿Verdad que suena a torsión extrema de los folículos capilares ubicados en el occipital?

Fase 2: Siembra la duda.El linchamiento mediático requiere igualmente de un segundo paso que, una vez planteado el hecho imputable a alguien, se vuelve en un proceso más fácil: sembrar la duda.

Estábamos viendo el partido de México contra Bosnia y en el medio tiempo, alguien cambió de canal. Apareció el presidente de la República, y mi tía Toñita, acercándose al monitor, dijo: “¿verdad que no es cierto?, ¿verdad que no tiene cara de borrachito?”.

Y claro, ya sabrá usted. Surgió el clásico primo que lo sabe todo. Él pronosticó la salida de Mubarak, el triunfo de la selección y el éxito de los Green Bay en el Súper Tazón; “¡Pos claro que no se le va a ver nada tía!, ¿qué no ve que en la tele los maquillan?”.

¿Cuál fue el efecto? Simple. La duda ya quedó en el medio ambiente. De nuevo, “cuando el río suena…”.

Fase 3: Desviar la atención del suceso central que provocó la polémica-escándalo.Esta parte del proceso es demoledora, porque se da como una verdad irrebatible el hecho que generó el proceso de linchamiento.

Es decir, ya no importa si lo que dijo Fernández Noroña tiene algún hálito de certeza, un ápice de objetividad, o un soplo pequeñito de verdad. Lo mismo dijo Carmen Aristegui en su fenecido programa radiofónico. Ya no importa lo que haya dicho la fuente. Es más, la nota ya no es esa.

La nota será lo que diga la Presidencia de la República, para que en cadena nacional, nos digan a todos los mexicanos si es cierto o no, que Calderón es dipsómano. ¡Por favor!, la falta de objetividad brilla por su ausencia, que, como dijera mi estimado Germán Dehesa, aunque todavía esté a debate si es que la ausencia debe brillar.

Fase 4: Hacer que “Fuenteovejuna” emita la sentencia condenatoria sin posibilidad de apelación.Esta es la parte brutal de la metodología para un linchamiento mediático. Ya no importa la veracidad de la información ni la confiabilidad de la fuente. El camarógrafo y el reportero salen a las calles a recoger la opinión del respetable.

Como el tiempo es reducido en los medios electrónicos se recaban dos o tres opiniones. Son de chile, de dulce y de manteca. La duda crece y por lo mismo es necesario recurrir a la opinión de los tuiteros. Son centenares las opiniones, unas a favor y otras en contra. No falta quién, en la mesa de redacción del medio, se ponga a contar y, haciendo matemáticas básicas, saca un porcentaje.

Aunque sea por unas cuantas décimas, el respetable –al igual que las vestales en su tiempo– levantará el pulgar o lo pondrá hacia abajo, para que se cumpla su impostergable sentencia. El dictamen no tendrá ninguna posibilidad de ser apelado. Es inexorable.

Ya no importa si quienes están al resguardo y protección del Estado de Derecho exoneran al sedicente inculpado. Se hablará de corrupción. De lo contrario, si se le condena, Fuenteovejuna dirá que la pena fue leve, que debería ser el cadalso y la guillotina, como escarmiento a las futuras generaciones. Vox populi…

Dos consideraciones

La primera tiene que ver con la deontología periodística, y la segunda, con un viejo principio jurídico.

El periodista irremediablemente está encadenado a decir la verdad de los hechos, con total objetividad. ¿Puede agregarle “color” a su nota? Eso no está a discusión. ¿Puede editorializar, dar su opinión y emitir un juicio personal sobre algún hecho? También es cierto. Pero, para nuestra forma de ver las cosas, debe haber –por muy frágil que éste sea– un pequeñísimo hilo que ayude al receptor, a distinguir la orientación y el propósito del trabajo del comunicador.

Es frecuente que, cuando el periodista somete su nota a sus creencias, convicciones personales o ideología –que es totalmente comprensible que con honestidad la asuma– pierda la brújula y la sana objetividad de los sucesos que comunica.

Es claro que Carlos Marín jamás será amigo de Sandoval Íñiguez; que Ricardo Rocha nunca se afiliará al PAN; ni Ferriz de Con aceptará jamás ser compadre de Fidel Herrera, de José Murat o de Mario Marín.

Lo que en nuestra opinión, no se vale, es que con una superficialidad pasmosa, López Dóriga le diga “imbécil” al alcalde de León, Guanajuato, llamándole la atención a su auditorio para que se diera cuenta de “cómo habla el sujeto ese”, cuando el comunicador ignoraba que Vicente Guerrero Reynoso, el edil leonés, padecía un problema neurológico que le afectó el habla.

En síntesis, si la señora Clinton tiene pruebas de la insurgencia, lo elemental es que la comparta con las autoridades federales para establecer un plan común contra la delincuencia, porque de allá llega el contrabando de armas.

Si la señora Napolitano tiene pruebas de lo que dijo, que las aporte. Si el legislador asegura y tiene pruebas del alcoholismo de Calderón, que las presente, porque se trata de un tema de seguridad nacional.

Y como el que afirma está obligado a probar, si no lo hacen en un tiempo perentorio, que el Chahuistle se los demande.

http://www.yoinfluyo.com/index.php?option=com_content&view=article&id=29220-pasos-de-un-lichamiento-mediatico&catid=264-principal&Itemid=114

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Comentario de Octavio Islas

La imagen utilizada por Yo influyo.com, órgano informativo de la ultraderecha en México, permite suponer que se trata de Carmen Aristegui, quien tanto ha incomodado a la ultraderecha mexicana con su libro sobre los actos criminales y las adicciones de Marcial Maciel: Marcial Maciel. Historia de un criminal.

Curiosamente René -tan celoso periodista- omite abordar el vergonzoso caso de Marcial Maciel, de cuya conducta -se supone- no tenía conocimiento el Vaticano y, por supuesto, la iglesia en México.

¿Y las denuncias presentadas en tiempo y forma por las numerosas víctimas de Marcial Maciel?

Valdría la pena que René se ocupara de temas tan dolorosos como la pederastia clerical.

Si insinuar efectivamente resulta reprobable, observar silencio cómplice no admite ninguna justificación posible.

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