De Turing a ChatGPT
Octavio Islas
Durante más de 70 años, la prueba de Turing o test de Turing, concepto medular en la filosofía de la inteligencia artificial, representaba un cuestionamiento distante, como si se tratara de un asunto propio de la ciencia ficción.
El formidable desarrollo de la Inteligencia Artificial generativa, necesariamente nos remite al tipo de cuestionamientos que debió considerar Alan Turing al formula su célebre prueba.
La prueba de Turing o test de Turing -destaca Wikipedia “es una herramienta de evaluación de la capacidad de una máquina para exhibir un comportamiento inteligente similar al de un ser humano o indistinguible de este”.
Alan Mathison Turing (1912-1954) es considerado como uno de los padres de las ciencias de la computación, uno de los principales precursores de la informática moderna y, más importante aún, referente seminal en temas relacionados con la inteligencia artificial.
Durante la segunda guerra mundial, gracias al trabajo realizado por el equipo de Turing en la Escuela Gubernamental de Código y Cifrado (GC&CS), en Inglaterra, fue posible descifrar el sistema utilizado por los nazis en sus comunicaciones secretas: el código Enigma.
Sobre la relevancia del trabajo realizado por Turing, Wikipedia señala: “Algunos historiadores afirman que su trabajo acortó dos años la duración de la guerra, salvando alrededor de catorce millones de vidas”.
Turing presentó su prueba en el célebre ensayo Computing Machinery and Intelligence, publicado en 1950. En ese texto,Alan Turing anticipó la posibilidad de que en un futuro no muy distante, habría máquinas capaces de pensar.
En las primeras líneas del referido ensayo, Turing cuestiona: ¿Pueden pensar las máquinas?
En la prueba
El evaluador sabría que uno de los participantes de la conversación es una máquina y los intervinientes serían separados unos de otros. La conversación estaría limitada a un medio únicamente textual como teclado y un monitor por lo que sería irrelevante la capacidad de la máquina de transformar texto en habla. En el caso de que el evaluador no pueda distinguir entre el humano y la máquina acertadamente (Turing originalmente sugirió que la máquina debía convencer a un evaluador, después de 5 minutos de conversación, el 70 % del tiempo), la máquina habría pasado la prueba. Esta prueba no evalúa el conocimiento de la máquina en cuanto a su capacidad de responder preguntas correctamente, solo se toma en cuenta la capacidad de esta de generar respuestas similares a las que daría un humano.
En nuestros días extraños, tanto ChatGPT como Bard, sin dificultad alguna podrían aprobar lo dispuesto en la prueba de Turing, pasando perfectamente por humanos.
Sin embargo, si bien los LLM (Large Language Models) -redes neuronales capaces de leer, traducir y resumir textos- son capaces de crear frases y predecir palabras, hasta producirnos la sensación de que quien escribe o habla es un ser humano, estas plataformas aún carecen de un gran número habilidades propias de los seres humanos.
Si bien es posible que no pensemos en ChatGPT como una persona, es casi seguro que partes cruciales de nuestro cerebro sí lo hacen.
Como las grandes formulaciones científicas, la prueba de Turing consiguió trascender a través del tiempo.
Tenemos que recuperar la prueba de Turing y extenderla, cuando advertimos que los LLM son capaces de provocar en nosotros respuestas reales, que efectivamente estimulan nuestro intelecto, asombro, gratitud y, ¿por qué no?, también nuestro desconcierto y miedo.
La prueba de Turing puede ser considerada como un obligado referente anticipatorio de nuevas pruebas que tendremos que incorporar. Como atinadamente destaca Ben Ash Blum en un agudo texto publicado en la revista Wired
La prueba real de Alan Turing no es una prueba de inteligencia artificial en lo absoluto. Es una prueba para nosotros los humanos.
