ITINERARIO POLÍTICO (RICARDO ALEMÁN)
Cuatro palabras
A lo largo del día de hoy —y en buena parte del país— podríamos presenciar la mayor movilización social contra la violencia, la inseguridad, el crimen y, por supuesto, contra una clase política mexicana —de todos los partidos y los órdenes de gobierno—, que han dado muestras claras de ineficacia en “la guerra” contra el crimen organizado y el narcotráfico.
Y no podía ser de otra manera: la movilización surgió desde lo más profundo de la expresión social; desde el grito desgarrado de un padre que perdió a su hijo a manos de los criminales —como decenas, cientos o miles de padres que han perdido a sus hijos en secuestros, envenenados por las drogas, asesinados por venganzas, para callar sus voces de denuncia; por la impunidad o por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado— y que con su narrativa poética dio sentido al nuevo grito social de protesta contra la violencia criminal y la ineficacia oficial: “Estamos hasta la madre”.
El asesinato de Francisco Sicilia —junto con un grupo de amigos y familiares— y el grito de protesta de su padre, el poeta Javier Sicilia, gesta uno de esos movimientos sociales de los que sólo es capaz la sociedad llevada al extremo: la movilización en torno a un puñado de palabras de desesperación, hartazgo e impotencia que —como no ocurre todos los días— tienen sentido para todos: el “Estamos hasta la madre”.
Y es que, como en pocos momentos de la movilización de los anticuerpos sociales, el significado de esas pocas palabras, pronunciadas ante unos cuantos ciudadanos abatidos por el asesinato de Juanelo y de sus amigos —el “estamos hasta la madre”—, le ha dicho tanto a tantos mexicanos agraviados; a tantos padres condenados a la tortura perpetua de la pérdida de un hijo; a las miles y miles de víctimas de la sinrazón y la tragedia en que se han convertido el crimen organizado y el narcotráfico, y la obligada guerra contra las bandas y los barones del crimen y el narco, emprendida por el Estado.
Y es que el “estamos hasta la madre” pasó, de ser un estribillo coloquial de fastidio, a convertirse en poderoso llamado que convoca a la protesta generalizada por el fracaso de la democracia electoral, la transición democrática, la pluralidad y la alternancia; por el mayor fracaso de una clase política diminuta que no ve más allá de su interés mediocre: el poder por el poder.
A pocos días del asesinato de Juanelo, las cuatro palabras se han convertido hoy en poderoso motor cuyo significado es capaz de sensibilizar a miles, en cientos de hogares; de movilizar a decenas de miles que hoy se manifiestan en decenas de ciudades, en movilizaciones y jornadas de protesta previstas en por lo menos 22 entidades del país, pero también en lugares de Estados Unidos, Francia y España.
Sin duda que, junto con todos esos padres que han perdido a sus hijos a causa del crimen organizado y el narcotráfico —junto con las familias Sicilia, Martí, Vargas, Wallace, Equihua… y cientos de tragedias y dolores anónimos—, una mayoría de mexicanos han hecho suyo el grito del poeta: “Estamos hasta la madre”.
Y por eso hoy parece avanzar un paso más el penoso andar social que tarde o temprano habrá recorrido el camino para hacerse escuchar, respetar y atender por unos políticos mediocres y unos gobiernos ineficaces.
Pero si bien el “Estamos hasta la madre” electriza todas las fibras sensibles de la sociedad; desata el coraje, la indignación, el enojo y la rabia hasta extremos de odio y dolor extremos, también es cierto que esos anticuerpos sociales no pueden, no deben llevar al extremo de la claudicación. Y es que —por donde se le quiera ver—, resulta inaceptable suponer que el dolor extremo, la tragedia extrema, las cifras mortales extremas, marcan el límite entre el repudio al crimen y a los criminales y delimitan la frontera donde terminan la persecución y la negociación.
La solución del problema no está en el límite del dolor personal o colectivo; no está en la negociación y la claudicación; no está en encender la mecha del odio y tampoco en sumarse al bando del crimen para empujar la caída de tal o cual gobierno; o contra las instituciones del Estado.
La solución está en la eficacia del gobierno, en la cultura política y democrática para reclamar buenos políticos, para seleccionar buenos gobernantes, para obligar a la rendición de cuentas…
No es posible borrar de un plumazo el dolor de un padre, de miles de ciudadanos agraviados, como tampoco es posible volver eficaz un Estado de cuyas fallas todos somos culpables.
