5175 México, Parametría de México, Los límites del clientismo

Los límites del clientelismo
De las 12 elecciones en disputa para gobernador, seis tuvieron alternancia. La misma proporción que en 2009 (el año pasado fueron tres de seis). Otras tres (Hidalgo, Durango y Veracruz) fueron mucho más competidas de lo que se esperaba. La mayor parte de las mediciones preelectorales sobrestimaron al PRI (aunque hubo casos en los que se quedaron cortas, como en Chihuahua, Zacatecas o Tamaulipas). El resultado fue mucho más mixto de lo que se esperaba y con una dominancia priista mucho menor, como ya lo había sugerido el antecedente reciente de Yucatán. Tal vez la lección más importante sea que el 4 de julio del 2010 acudieron a las urnas electores más independientes de lo que se esperaba, y que cada una de las elecciones respondió a sus propios estímulos y patrones de conducta. Se podría hablar de 14 historias distintas o 12 elecciones de gobernador, que, sin embargo, permiten buscar patrones comunes en el elector.

Estos sorpresivos resultados cuestionan algunos de los supuestos con los que contábamos para explicar estas elecciones locales. El primero y más importante por su consecuencia es el del clientelismo. Si la tasa de cambio de partido en el gobierno es de 50 por ciento, por lo menos en el agregado y en términos numéricos, significa que se tiene la misma probabilidad de permanecer el partido en el gobierno o de perder la elección. Más que de un indicador de equidad en la contienda, se trata de un signo que da cuenta de la autonomía del electorado mexicano, y tal vez de su sofisticación.

La cooptación de voto que se asumía que los gobiernos locales tendrían sobre sus electorados resultó, por lo menos, insuficiente para garantizar el triunfo electoral. Es decir, el clientelismo que tanto se temía resultó poco eficaz. Las variables que resultan relevantes para explicar la elección de encuestas preelectorales y exit polls así lo señalan.

Un primer indicador que valida este argumento es que los candidatos que ganaron son los que contaban con mejor imagen dentro del electorado. Si lo revisamos en los estados de alternancia, el argumento se prueba en todos los casos sin importar partidos. En Aguascalientes la imagen de Carlos Lozano era mejor que la de Martín Orozco (aunque fuese por un margen estrecho). En Oaxaca Gabino Cué estaba casi 20 puntos por arriba de Eviel Pérez; en este caso el nivel de conocimiento del candidato de la Coalición por la Transformación de Oaxaca antes de su nominación era de 14 puntos, y llegó casi a 90.

Las encuestas de salida revelan que en aquellos estados donde las alianzas PAN-PRD ganaron la mayor parte del electorado votó por candidato y no por partido. Esto ha sido históricamente cierto para las contiendas electorales en las que se genera una alternativa al candidato del partido en el gobierno, y en esta elección no fue la excepción para los triunfos de alternancia. Este dato habla de un electorado atento a la contienda electoral y consciente de sus opciones.

Otro indicador es la participación de los ciudadanos, que fue particularmente alta en los estados de alternancia y en las elecciones de mucha competencia. En cuatro de los seis estados de alternancia los niveles de participación alcanzaron niveles históricos respecto a los últimos 30 años. Así fue en Oaxaca, Sinaloa, Puebla y Zacatecas.

Una forma imperfecta de ver la influencia del clientelismo es registrar el sesgo que se genera entre aquellos que aprueban al gobernador o al presidente y votaron ya sea por la fórmula PRI-PVEM o por las alianzas respectivamente. Lo que se observa aquí con las encuestas de salida es que hay mayor propensión a votar por la fórmula PRI-PVEM entre quien aprueba a sus mandatarios locales. Así fue para el caso de Oaxaca y Puebla, y asumiendo que hubiera habido prácticas clientelistas a juzgar por el resultado de la elección, estas no fueron suficientemente eficaces para cambiar el resultado electoral.

Al analizar el voto retrospectivo observamos que un alto porcentaje de ciudadanos cambió su preferencia electoral respecto a la última elección. En el caso de Puebla fue el 25% y en el de Oaxaca el 20%. Es decir, uno de cada cuatro o uno de cada cinco de los que votaron por Mario Marín o Ulises Ruiz en la elección pasada lo hicieron ahora por Rafael Moreno o por Gabino Cué. Voto de castigo o voto por una opción política distinta, no sabemos. Lo que indica este voto es que evaluó y cambió su preferencia.

En resumen, todos los indicadores dan cuenta de un votante local maduro, sofisticado, informado, observador. Independientemente de quien haya resultado ganador en lo político, a nivel cívico y social sin duda el gran triunfador fue el elector. Los resultados son el reflejo de su preferencia. Una bocanada de aire fresco, por lo menos en la esfera de las prácticas democráticas del país.

Artículo publicado en El Universal, 18 de julio de 2010

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