En el PAN, corregir o sucumbir
Manuel Espino
miércoles, 30 de junio de 2010
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A diferencia de muchos otros, México es un país con abundancia de lo indispensable para que vivamos con dignidad y calidad de convivencia comunitaria. Somos una nación de grandes oportunidades para el éxito y la trascendencia de quienes nos gobiernan.
Esa conciencia de nuestro potencial hizo que los mexicanos nos decidiéramos a cambiar la incuestionable pericia del régimen priísta para la corrupción, que impidió un mayor crecimiento y desarrollo nacional, por la aptitud de gobierno honesto y eficaz en beneficio de los ciudadanos y no de los políticos que ofreció por décadas el Partido Acción Nacional.
Obviando el contraste que puede hacerse de los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, en el imaginario colectivo crece la idea —que no hace distinciones— de que los panistas aprendimos muy rápido las mañas de los priístas, de que lo que tanto le criticamos al PRI, ahora lo practicamos en el PAN.
Una esperanza que se pierde
La voz de las urnas, a partir de que inició el segundo gobierno federal emanado del PAN, es más que elocuente del desencanto de los ciudadanos. Sería necio negarlo. El viejo andamiaje del sistema político mexicano subsiste en formas y criterios prácticos, en reglas no escritas y en una visión patrimonialista del poder. “¿Dónde está el cambio prometido?”, se nos cuestiona.
Con una madurez democrática que sobrepasa la lógica de los partidos, en la sociedad crece la convicción de que Acción Nacional ha desaprovechado coyunturas valiosas para resarcir daños históricos, como la pobreza, la deficiente educación o la manipulación sindical de los trabajadores. El diseño institucional es prácticamente el mismo que heredamos del PRI.
La mayoría relativa que llegamos a tener al inicio del sexenio en curso no la aprovechamos para actualizar leyes obsoletas o incompletas, para construir consensos a favor del desarrollo económico que nos ubica en los últimos lugares de crecimiento en América o simplemente para ejercer el poder.
En la percepción de la gente no hemos sido capaces siquiera de alcanzar el punto de inflexión en la viciosa tendencia a la corrupción. Y, si lo hubo, ya permitimos que se reactive este cáncer en el tejido oficial que subyace en los dolorosos síntomas de la inseguridad que nos azota. Esto y más, mucho más, llama a reflexión a los mexicanos respecto del partido en la responsabilidad del gobierno de la República: Acción Nacional.
La apariencia de esta conducta social respecto del PAN es de una esperanza que se pierde en la decepción de unos, en la frustración de otros y en el coraje de todos.
Desánimo en el PAN
Los panistas sabemos lo que ha ocurrido: nos alejamos de la filosofía que justificó nuestra lucha larga y señera; descuidamos la formación de almas y dimos paso a la simulación que aparenta congruencia en los discursos y que encubre vicios recién adquiridos en la acción política.
Las perennes tesis de moldear ciudadanos responsables y propiciar su participación; de darle autonomía a los partidos respecto del gobierno, así se trate del que le da origen, y anteponer el bien común a los legítimos afanes personales quedaron en las páginas de los libros en que abrevaron muchos líderes prestigiados del PAN. A éstos, por cierto, se les recuerda con admiración y respeto, pero no se les ve activos porque se les ignora o se les agrede.
Salvo casos de excepción, la corresponsabilidad que el partido tiene con el gobierno se ha convertido en sutil sometimiento del segundo al primero. Entre ambos ya no hay deliberación para el acuerdo político, se reinstaló la llamada “línea” que emana del poder público hacia la estructura partidaria. Nos debilitamos al permitir que ésta afectara un pilar fundamental de la vida institucional del partido: su jefatura nacional.
La imposición de los dos últimos presidentes a cargo del Presidente de México, así se haya validado la designación por el Consejo Nacional, ha constituido un golpe de consecuencias deformantes en la esencia del PAN. El jefe del partido se asumió como funcionario del gobierno donde la condición de interlocutor con el presidente, en representación del partido y de los afanes de la sociedad, pasó a ser subordinación al servicio de los intereses del poder.
Hemos mermado la fuerza de nuestra democracia interna, cancelada por los caprichosos “dedazos” llamados con elegancia “designaciones”. Ésas que hasta mi dirigencia se reservaron para verdaderos casos de excepción y que ahora son la regla para asegurar candidaturas a los amigos, compadres o parientes de quien toma las decisiones.
El decoro que nos mereció el respeto de propios y ajenos lo hemos degenerado en barbarie que se refleja en arreglos sustentados en la ambición de poder y no en las ideas que han inspirado nuestra congruencia desde 1939. Para asombro de muchos, nosotros mismos hemos hecho poderosos a personajes que en el pasado reciente fueron furibundos detractores nuestros. Algunos hasta los adoptamos como candidatos.
El respeto a los militantes lo dejamos a un lado para instaurar la prepotencia unilateral y cupular que les da trato de semovientes, obligados a consentir cuanto se les imponga so pena de perder un empleo o una oportunidad de tenerlo en la estructura gubernamental o de partido.
A partir del 5 de julio
Más urgente que la contabilidad de posiciones ganadas o perdidas el próximo 4 de julio, es el viraje que el PAN debe dar para reencontrarse a sí mismo; para retornar con ánimo de congruencia a su cauce político original, llevando en las alforjas el rico bagaje de la experiencia que dan los aciertos y los errores.
Si el panismo quiere verse vigoroso y represtigiado en la cita de 2012, debe convencerse de la afirmación incuestionable de Gilbert Keith Chesterton de que “todo pensamiento que no se convierta en palabras es un mal pensamiento, y toda palabra que no se vuelva acción es una mala palabra”.
El PAN no necesita refundarse, sólo corregir. Está intacta y es vigente su doctrina, hace falta reencontrar su tradición democrática y su rasgo humanista. Muchos panistas han decidido volver a empezar, otros están por hacerlo a partir del 5 de julio. Un buen recomienzo para no sucumbir es hacer de su palabra virtud y de su convicción una práctica constante de servicio a México.
