¡A rescatar la democracia!
Invitado
María Elena Morera*
Los mexicanos estamos hastiados de ver que quienes deberían representarnos sean el mayor lastre para lograr el cambio que, con nuestro voto, les hemos ordenado impulsar. En lugar de cumplir con su deber, los políticos están empeñados en mantener el régimen de privilegios del que gozan ellos y sus partidos a costa de quienes pagamos sus salarios con nuestros impuestos.
A su miope convicción de defender estas prebendas se debe que ignoren nuestras demandas y que no sean capaces de alcanzar acuerdos y aprobar reformas que fortalezcan nuestra incipiente democracia y permitan que este gran país, que cuenta con todo para lograrlo, tenga instituciones sólidas, que rindan cuentas y alcance el mismo ritmo de desarrollo de otras potencias intermedias del mundo, el que nos corresponde y del que estamos cada día más lejos por esa cortedad de miras.
En lugar de trabajar en la búsqueda de acuerdos y consensos que permitan aprobar los cambios que el país demanda urgentemente en muy diversos órdenes, nuestros legisladores parecen dedicados a cultivar el encono y la discordia con alegatos y diatribas insustanciales. Sus sesiones, cada día más, parecen pleitos callejeros. En tanto, se pospone interminablemente la discusión, el análisis y la adopción de leyes y ordenamientos fundamentales para nuestro país. Sus intereses personales y, sobre todo, los de sus partidos, se anteponen invariablemente al interés de la Nación y de nosotros, sus ciudadanos.
No sorprende, pues, que 80 por ciento de los mexicanos crean que diputados y senadores no actúan en defensa de sus intereses. ¿Y cómo habrían de hacerlo, si no existe confianza siquiera entre ellos? Si no son capaces de respetar sus propios acuerdos políticos, mucho menos podemos esperar que cumplan sus compromisos con los votantes.
Como nos queda claro prácticamente a todos los mexicanos, este pequeño grupo de personas, quienes, para colmo, deberían estar obligadas a rendirnos cuentas, tienen secuestrada a la democracia y a una parte considerable de sus instituciones. Ello hace que surja en nosotros ese sentimiento de impotencia que experimentamos ante otros graves problemas que nos aquejan, como son la falta de empleo, de oportunidades, el aumento en las adicciones, el crecimiento de la violencia, y la impunidad con que actúan el crimen organizado, entre otras muchas.
Durante los años en que participé como activista contra la delincuencia aprendí que para atender este problema se necesitaba mucho más que la intervención de las fuerzas de seguridad; que para que las cosas cambien es indispensable la participación de la gente; que la gente no es apática y conformista, sino que ha perdido la confianza en quienes hoy gobiernan; que el hartazgo y el miedo deben dar paso a la decisión de impulsar el cambio. He podido constatar que la suma de voluntades, el alzar la voz, la presión, la exigencia y la protesta pacífica por todos los medios, son los más poderosos instrumentos para impulsar el cambio.
Esta enorme fuerza social fue la que hizo posible, hace una década, la transición a la democracia. Por supuesto, la inercia de tantos años de imposiciones y simulación no puede terminarse de un día para otro, pero sólo si nos organizamos como sociedad tendremos posibilidades de lograr un cambio trascendental y perdurable.
Estoy convencida de que los incentivos que hoy tenemos son perversos, logramos una reforma electoral pero no logramos cambiar los incentivos, es como si tuviéramos un coche nuevo con motor viejo; necesitamos establecer los cimientos de la vida democrática. Las bases para la nueva sociedad que estamos edificando son que el poder le rinda cuentas a los ciudadanos, que los acuerdos sean más ágiles, que tengamos mayor gobernabilidad en el país y que los ciudadanos podamos participar de la vida pública si así lo decidimos.
Para lograrlo, lo primero que tenemos que hacer es reconstruir la confianza en nuestras instituciones, comprometernos con nuestros ideales y forzar a nuestros políticos a que compartan ese compromiso. Los invito a que empecemos de una buena vez impulsando desde la ciudadanía la reforma política que hoy se discute en el Congreso. Porque el sistema de gobierno que tenemos no crea mayorías que faciliten los acuerdos ni cuenta con los mecanismos que destraben los desacuerdos, favorezcan la colaboración o castiguen la inacción.
La reforma política es un medio para dar agilidad a las decisiones que posteriormente se traduzcan en los grandes cambios y reformas que el país necesita para tener mejores servicios, mejores empleos, mejor educación y mejor seguridad.
Una buena reforma no una enana o cosmética es una importante causa en común para los ciudadanos, que aumentaría la responsabilidad política de nuestros gobernantes, aseguraría romper con el “no pasa nada” si no cumplen, si bloquean, si no informan. Hay que ponerle precio a la ineficacia y a la ineficiencia.
Participación activa, búsqueda de espacios de debate, exigencia y rendición de cuentas de las autoridades, creación de cultura ciudadana, representatividad real para fortalecer la democracia; estos son algunos de los temas que los ciudadanos deberíamos hacer nuestros y potencializar. No tenemos opción, pues si no nadie los va a poner sobre la mesa. Requerimos unirnos para ello; hay una nueva inercia que se está crean-
do, lo cual me entusiasma y motiva; lo debemos aprovechar y ¡en eso estamos!
*Ex presidenta de México Unido contra la Delincuencia
