Mitad monjes y mitad soldados… no los templarios, ¡los sinarquistas!
Fernando Rodríguez Doval
martes, 27 de mayo de 2008
En este mes de mayo se conmemora un aniversario más del nacimiento de la Unión Nacional Sinarquista, movimiento social cristiano de masas que vio la luz por vez primera en 1937.
El desarrollo de los movimientos políticos de inspiración cristiana en México es una historia de idealismos casi heroicos, por un lado, y desencuentros y divisiones, por otro. En México, a diferencia de otros países de América y de Europa, nunca existió un movimiento demócrata cristiano impulsado por la Iglesia católica, sino que el deseo de la jerarquía de ésta y las intenciones de los laicos no siempre fueron por el mismo sendero: la Cristiada y los posteriores “Arreglos” son un buen ejemplo de ello.
En medio de esta historia, hubo casos extraordinarios que merecen ser subrayados. Uno de ellos fue el sinarquismo. Este movimiento, que llegó a aglutinar a más de medio millón de personas según cálculos de historiadores serios como Jean Meyer, se concibió como un instrumento de la sociedad mexicana, mayoritariamente católica, para alzar la voz y defender sus derechos en una época en la que las libertades en México languidecían y el autoritarismo más corrupto se imponía.
Jamás se concibió como un partido político, sino como un movimiento cívico, social y eminentemente popular, que surgió como una respuesta a la educación socialista, a la persecución religiosa, y a la intentona que sus líderes detectaron en los gobiernos post revolucionarios para eliminar de México su tradición y cultura católica e hispánica.
Los sinarquistas, mayoritariamente campesinos de la zona centro del país, aunque con comunidades incluso en el sur de los Estados Unidos, tenían un misticismo y una disciplina admirables y se visualizaban a sí mismos como mitad monjes y mitad soldados.
Fue un movimiento pacífico, que nunca tomó las armas, aunque se sentía heredero de la lucha libertaria que habían llevado a cabo los cristeros unos años antes. Su líder más importante y carismático fue Salvador Abascal Infante, quien en los tempranos años cuarenta electrizaba a las masas sinarquistas por todo México, y al que se debe, entre otras cosas, que Tabasco haya recuperado su libertad religiosa.
Años después fundó la Colonia María Auxiliadora, en pleno desierto de lo que hoy es el estado de Baja California Sur, en donde buscó implementar un modelo social inspirado en el humanismo cristiano; este magnánimo esfuerzo no tuvo el éxito esperado por razones que ahora no vale la pena relatar, pero dejó una semilla sembrada para realizaciones espirituales y materiales posteriores.
De alguna manera, podemos decir que el movimiento sinarquista fue una suerte de precursor de los movimientos laicales que siguieron al Concilio Vaticano II, cuando la Iglesia claramente les dice a sus fieles que salgan al mundo a construir un mejor orden social.
“A nadie le es lícito permanecer ocioso”, escribiría años más tarde Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christifideles Laici. Pero a diferencia de los movimientos post conciliares, el sinarquismo estuvo muy vinculado, por no decir subordinado, a la jerarquía eclesiástica y, por lo tanto, supeditado a las estrategias temporales de ésta, lo que explica en buena medida que un movimiento tan multitudinario pronto se haya desvanecido.
Pero, sin duda, escribió una página importante en la historia reciente de México, y puede considerarse como un antecedente de las organizaciones de la sociedad que, desde diferentes trincheras, luchan por un país más justo, humano y solidario.
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Comentario Octavio Islas
Yo influyo.com no niega emotivos vínculos con el sinarquismo, aún cuando su director, Fernando Sanchez A, exprese indignación por relacionarles con la extrema derecha.
